Por Constanza López Olguín
Con nosotros esta pandemia ha sido particularmente ingrata. Nos ha privado de juntas, de besos, de abrazos, pero lo más doloroso es que se ha llevado a dos integrantes de nuestra familia. Mi papá Domingo López Fuentes y mi abuela Victoria Fuentes Fuentes.
Te cuento nuestra historia:

Siempre hemos sido una familia muy unida. Nos gusta darnos besos, abrazos, llamarnos para saber cómo está cada uno y decirnos “te amo mucho”. Somos poquitos, pero muy apegados.
A la cabeza de este grupo estaba mi abueli (paterna), La Toyín, Toyita, la señora Victoria Fuentes, de 92 años, fuerte, sana, muy lúcida; una costurera que a su edad seguía fabricando ropa interior y pijamas para varias señoras del barrio; una mujer con una fuerza increíble debido a sus vivencias, un roble por donde la miraras. Luego venían mis papis: Domingo López Fuentes y Alicia Olguín Martínez, una pareja tierna, pololos, siempre muy enamorados, dos profesores con una gran vocación, siempre presentes en todo, unos papás y también abuelos maravillosos. Seguía mi hermana: Francisca López Olguín junto a su amada tribu, mi cuñado David Castro y mis sobrinos, Sebita y Nachita.
Por último yo, Constanza López Olguín, junto a mi pareja Mauricio González y Laurita, hasta ese momento, nuestra única y adorada hija.
Todos vivíamos relativamente cerca así que siempre nos las arreglábamos para estar bien apegados. Nos encontrábamos en “la casa roja”. Así le empezaron a llamar los niños a la casa de mi abueli, donde vivían ella y mis padres. Mi pareja y yo teníamos un pequeño local de empanadas ahí mismo, en el garage de la casa, y ahí es dónde recuerdo el comienzo de esta pandemia. Un día de marzo o abril llegó mi hermana a decirnos que ella se iba a encerrar en su depa porque “este virus se viene brígido”. Como es diabética insulino-dependiente desde los 5 años, sabía que podía ser de mucho riesgo para ella. Aún así la encontramos un poco exagerada. Pronto comenzaron las cuarentenas y el episodio más triste de nuestras vidas.
El 7 de mayo mi papá empezó un resfrío, eso al menos creíamos. Estaba medio decaído y con tos, así que el 9 de mayo con mi pareja decidimos cerrar el local e irnos a nuestra casa (a una cuadra) para guardarnos, en caso de cualquier cosa, porque yo estaba embarazada. Tenía un poquito más de tres meses. Pasaron tres días y mi papá comenzó a sentir fiebre. Vinieron del consultorio a hacerle PCR a mi papi, mi mamá y mi abueli. Antes de saber los resultados, intuíamos que podían estar contagiados. Dos días después, en la noche mi papá tuvo dificultad respiratoria. Se había comprado un saturómetro y ya sabía que la cosa estaba complicada. Llamaron a la Help y partieron junto a mi mamá al hospital San José.
Había 5 ambulancias más, así que mientras esperaban que lo atendieran, mi papi le tomó la mano a mi mami y le dijo: “Gordita yo he sido muy feliz contigo” y ella le respondió “pero gordito, no pues”… Él le dijo: “No se preocupe. Si esta no es una despedida, sólo quería decírtelo”.
Minutos después, mi papi entró a la urgencia, en el peak de la pandemia. Sin embargo, pudo acceder a una cama UCI. Ahí apareció, como un angelito, una amiga de mi hermana y mía, que trabaja en el hospital como tens. Ella nos iba informando cada paso de lo que pasaba con mi papi adentro. Después de dos días, recibimos de su boca el primer gran golpe: mi papá debía ser entubado.
Al día siguiente mi pareja, Mauricio, comenzó a sentir síntomas, dificultad respiratoria y malestar general, que por suerte pudo superar en la casa. Luego Laurita y yo perdimos el gusto y el olfato; mi abuela, en la otra casa, empezó con tos y mi mamá, al parecer, se mantuvo asintomática. En fin, todos estábamos contagiados.
Mi papi estuvo 6 días dando la batalla, con leves mejorías y retrocesos. Los esfuerzos de los doctores y personal del hospital, los rezos, las oraciones, las energías y buenas vibras que enviamos todos los amigos y familia no le pudieron ganar al virus. Dios o el destino decidieron que 21 de mayo mi papá dejara este mundo.
No sabría cómo expresar tanto dolor que sentimos. Fue verdaderamente un puñal en nuestros corazones. Se nos iba mi papi, un hijo, esposo, suegro, abuelo, tío, vecino, profe, colega y amigo, un hombre tan bueno, sabio, cariñoso, apañador, con una voluntad de oro, nuestro héroe, un ser excepcional… No hay palabras.
Debido a que todos estábamos contagiados,(excepto el núcleo de mi hermana, afortunadamente) no pudimos ni abrazarnos. Mi mamá vivía la pérdida de su compañero, su amante, el amor de su vida, mientras cuidaba de mi abuela. Mi hermana, encerrada en su depa con ganas de venir corriendo a abrazarnos, y yo a una cuadra de mi mami sin poder darle la mano o un beso. Fue desgarrador ver pasar, desde la puerta de nuestras casas, la carroza de mi papi, acompañado solo por mi cuñado y nuestra amiga del hospital. Ni una flor, ni una palabra, ni un último adiós pudimos expresar. El virus no lo permitió.
Poco después llegaron nuestros resultados del PCR (los tres dimos positivo). Mi abueli comenzó con mayor dificultad respiratoria, si bien tenía COVID, creemos que parte de ella ya no quería luchar: se había ido su hijo (su segundo hijo fallecido). Prácticamente decidió partir y unirse al viaje de mi papá el 28 de mayo.
Así es como perdimos a mi papi y a mi abueli. Nos quedamos cojos, sin dos integrantes de este equipo. Hemos sufrido un dolor inexplicable. Sabíamos que este virus podía ser muy peligroso pero jamás nos imaginamos vivir algo tan duro.
Mi mamita, mi hermana, nuestros maridos, los niños y yo hemos sido arrasados por esta pandemia. Nos hemos visto devastados, hemos sufrido muchísimo, hemos llorado y hemos sentido miedo. Pero aquí estamos increíblemente fuertes. De alguna manera, el dolor se ha visto apaciguado por el apoyo, amor y cariño que nos han entregado familia, vecinos y amigos, pero por sobre todo por la llegada de mi hijita, Magdalena Dominga. Ella nació el 15 de octubre sin poder conocer a su bisabuela y a su tata, pero nos ha dado paz, nos ha traído luz y vida a nuestras almas tan doloridas.
Y aquí seguimos… Mi pareja, mis hijas y yo nos vinimos a vivir a “la casa roja” junto a mi mami. Abrimos nuevamente el local de empanadas. Mi hermana sigue cuidándose junto a los niños y mi cuñado, todos en el depa, muy guardados. Esperamos con ansias el momento de abrazarnos, llorar, darnos besos sin mascarilla, sin sentir miedo al contagio. Anhelamos el momento en que esta pandemia termine, para poder respirar tranquilos, tenemos mucha esperanza.
Nuestra familia cambió. Algunos partieron, pero sabemos que ahora viven dentro de nosotros y los que nos quedamos seguiremos viviendo, lloraremos, reiremos, recordaremos, saldremos a flote, renaceremos y volveremos a ser felices juntos.
Poco y nada puedo decir. Solo un abrazo fuerte, prolongado y muy sentido, con todo el amor del Universo abrazandoles
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Hola Constanza,
De todo corazón, le agradezco por haber compartido esta experiencia que después de leerla se me torna indescriptible con solo imaginar que todos estamos vulnerables a sufrir este tipo de perdidas. Y en vuestro caso, lamento enormemente que hayan partido de sus vidas seres tan amados.
Una vez mas, le doy las gracias … por despertar el querer seguir protegiéndose y no bajar la guardia, pero sobre todo, por recordarme que no somos dueños del mañana y que es ahora cuando debemos valorar a las personas que tenemos a nuestro lado.
Saludos,
Pablo
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Hola Constanza,
De todo corazón, le agradezco por haber compartido esta experiencia que después de leerla se me torna indescriptible con solo imaginar que todos estamos vulnerables a sufrir este tipo de perdidas. Y en vuestro caso, lamento enormemente que hayan partido de sus vidas seres tan amados.
Una vez mas, le doy las gracias … por despertar el querer seguir protegiéndose y no bajar la guardia, pero sobre todo, por recordarme que no somos dueños del mañana y que es ahora cuando debemos valorar a las personas que tenemos a nuestro lado.
Saludos,
Pablo
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