Graciela Castillo Baeza, hija:
La última vez que pudimos compartir como familia con mi madre, hermosa mujer, por dentro y por fuera, fue en enero de 2020, en su casa de la playa. Como cada año, la ayudábamos con las reparaciones. Éramos sus “maestros chasquilla”. Apenas nos enteramos del surgimiento de la epidemia de COVID en China, empezamos a leer y a buscar información, a pesar de las nefastas declaraciones que hizo el 22 de enero la entonces Seremi de Salud de la Región Metropolitana, Rosa Oyarce: “Yo creo que el coronavirus no llegará a Chile”. Qué poco informada esa señora.
Mi mamá, estaba muy preocupada por todos nosotros. Ella pensaba pasar todo el verano, o al menos la época de altas temperaturas, en Quintero. Pero, como la enfermedad sí llegó a Chile, sí empezó el contagio masivo y las autoridades comenzaron a hablar del cierre de ciudades y comunas, mi papá decidió ir a buscarla.
A partir de entonces, hablábamos por teléfono todos los días. Antes de que las autoridades dispusieran medidas de aislamiento, como familia optamos por aislarla completamente, para evitar cualquier posible contagio, pues mi mamá era hipertensa. Me enviaba audios (que atesoro con mi vida) muy preocupada no por ella, sino por mi suegro, de 89 años, diabético, cardiópata, hipertenso, muy del gusto de este maldito virus. Jamás, PERO JAMÁS, pensamos que ella sería la contagiada.
El jueves 30 de abril de 2020, a las 06:40 a.m., mi hermano menor me llamó desesperado, diciéndome que a mi mamá la llevaban de urgencia al servicio más cercano, pues se había caído por la escalera y rompió el ventanal con la cabeza. Se cortó cara y cuello, iba grave, con riesgo vital. La ambulancia la llevó a Hospital de La Florida, donde la reanimaron, curaron las heridas que pudieron, le realizaron varios exámenes y determinaron que debía ser trasladada urgente al Hospital Sótero del Río, servicio de salud más cercano que contaba con neurocirujanos.
Pregunté si la podíamos trasladar a Instituto de Neurocirugía o a alguna Clínica, pero por su gravedad no nos dejaron. Al llegar a Urgencias del Sótero, logré hablar con una señora que se encontraba en OIRS. Me dijo que no nos preocupáramos, que esa era una “urgencia no respiratoria” y que, por lo tanto, no había pacientes contagiados.
Luego de evaluarla, nos informaron que quedaría internada, porque tenía sangrado intracraneal, fractura en la base del cuello y laceraciones múltiples en la cabeza, cara y cuello. Nos dijeron algo que en aquel terrible escenario nos tranquilizó un poco: “No se preocupen. Acá estará aislada, imposible un contagio”.
Jamás pensamos que en ese Hospital los protocolos de seguridad para los pacientes eran NULOS. Nos dieron un número de teléfono para informarnos de su salud, para que no fuéramos todos los días, pero la única vez que tratamos de llamar, no nos contestaron. Cuando íbamos a dejarle sus pijamas, útiles de aseo, y todo lo que nos pedían, esperábamos el reporte del médico que la atendía.
Así lo pasamos hasta que el viernes 8 de mayo el neurocirujano salió a entregar el reporte del día a una salita de no más de tres metros cuadrados, en que atendió a familiares por orden de llegada. Primero, habló con los hijos de una señora mayor, a quien le informó que estaba bien de sus afecciones, pero que se había contagiado el COVID; luego, al esposo de una joven le dijo lo mismo: “Su señora está súper bien del golpe en la cabeza, pero también fue contagiada. Se la puede llevar a su casa”. Ahí, le abrí unos tremendos ojos al hombre y comencé a hacerle gestos para que no aceptara lo que decía el médico. Él le dijo que tenían una hija pequeña en la casa, que cómo se la iba a llevar contagiada a la casa, que no lo haría. Luego nos tocó el turno a nosotros. Nos dijo que mi mamá estaba muy bien de todas las complicaciones que la habían llevado ahí, pero que estaba contagiada. Comprenderán que obviamente el aislamiento no existió. Mi papá quedó en shock. Yo le dije: “No te preocupes. Aquí la contagiaron, aquí deben recuperarla”.
Me hice la fuerte, pero me aterré pensando en su hipertensión, y luego pensé que si se había recuperado de las lesiones de la caída, esto también podría superarlo.
Le pusieron naricera para ayudarla a respirar, pero el 13 de mayo se complicó y la trasladaron a la UCI, donde la tuvieron que intubar.
El doctor, que se identificó como Alfredo Mauricio Villagrán Olavarría, comenzó a decirnos que mi mamá iba “mejorando”, hasta que el inoperante e inepto de Mañalich empezó a decir que quedaban pocas camas UCI. Ahí, el discurso cambió: “Hemos retirado la medicación que la mantiene en vigilia y no despierta. Hemos hecho todo y no pasa nada”, nos decía. En el fondo, el tipo quería que lo autorizáramos a desconectarla, pero no lo dejamos. El 25 de mayo mis dos hermanos menores y los más regalones de mi mamá entraron a la UCI. Este hombre quería a toda costa la cama, la idea era más o menos “entren y despídanse”. Tuve un pequeño encontrón con él. Le recordé que ellos la habían contagiado, que aún no había tratado con plaquetas y quiso tratarme de ignorante, que ese método no era válido. Le dejé claro que no autorizaba su desconexión, que era lo que pretendía.
El 26 de mayo entramos mi hermana mayor y yo. La grabamos. Las máquinas registraban buena saturación. Le hablamos, le recordamos lo fuerte que siempre había sido.
Al día siguiente mi hermano menor me llamó diciéndome que el médico quería que fuéramos a despedirnos, porque mi mamá ya no daba más. Me quedé con la idea de que al existir una negligencia tan grande quería despejarse el camino. Entramos cinco personas tres días seguidos a la UCI, pero nadie nos contactó, ni nos dio una orden médica para realizarnos un PCR, cero preocupación. Nosotros, por nuestra cuenta, hicimos cuarentena en nuestras casas, a pesar de las obligaciones laborales.
Mi madre murió ese mismo día, el 27 de mayo, a las 11:45 horas.
Es terrible e inexplicable el dolor del alma; no tener a la “mami”, como lo decían sus siete nietos; a la “Pequeñita” como le dice mi papá; a nuestra amada y adorada madre.
El 28 de mayo debíamos retirar su cuerpo muy temprano. Fuimos autorizados solo su esposo, sus cuatro hijos, seis de los siete nietos (mi hijo mayor, con el dolor de su alma no pudo asistir, pues se quedó cuidando al Tata, que hasta el día de hoy no sabe que su hija falleció); su nuera y yernos. Fue el proceso más denigrante, doloroso y extraño que me ha tocado vivir. Uno de mis hermanos no permitió que embolsaran el ataúd. El hombre de la funeraria se molestó porque le exigimos que hiciera un recorrido especial, para que por lo menos la despidieran a distancia tanta familia, amigos, gente que la conoció y amó por ser la persona tan maravillosa que era. Hubiéramos sabido que todos se pasaban por buena parte las normas, hubiéramos realizado un funeral como ella se merecía, pero como nos educó e inculcó principios, valores, y lo más importante, el respeto por el prójimo, respetamos las restricciones al pie de la letra.
En el cinerario del Cementerio entraron el ataúd y un hombre con cero empatía preguntó: “¿Cuál es éste?”. “Perdón”, le respondí yo, “ella es Mirta Baeza Canales, ni una estadística o número, viejo estúpido”. Ese día, mientras estuvimos ahí, por lo menos llegaron otros diez ataúdes. Si algún día se logra llegar a la cifra real de fallecidos por COVID y los familiares se quieren reunir para una denuncia colectiva contra quienes resulten responsables, me anoto. No por venganza, sino por Justicia para mi madre y tanta gente que no merecía morir de esta manera.
Nicholas Macker Baeza, hijo:
Mi mamá era una mujer extraordinaria, que puso las necesidades de su familia por sobre las suyas. En algún momento de su vida llegó a tener dos trabajos para que sus hijos no pasarámos las carencias que ella tuvo durante su infancia.
Qué puedo decir, el honor más grande que tuve y tendré es decir que soy su hijo y que la amo con el alma. Su ausencia me tiene sumido en una depresión que estoy intentando superar. Esto lo hago porque quiero honrar su nombre, su bondad infinita, que es algo que todos los que la conocieron valoran.
No solo nosotros como familia estamos destruidos, muchos vecinos, mis amigos, sus excompañeros de trabajo.
Algo muy resumido que puedo contar de ella, es que siendo un niño me regaló un Nintendo, y al día siguiente fue a comprar uno para mi sobrino y años más repitió el gesto con otro sobrino.
Se dedicó a ayudar a quienes tenían carencias, privilegió el ayudar antes que la acumulación económica, algo que me llena de orgullo.
Todos, pero absolutamente todos quienes la conocieron lo pueden validar.
Edgar Macker Acle, esposo:
Por mi parte, solo espero que Dios algún día me llame y poder volver a estar con ella.
No pasa un día en que no sienta su ausencia, pero sé que algún día la voy a volver a abrazar.
Mirta Baeza, mi pequeña y linda esposa, extraordinaria, como esposa, como nuera, como madre y como abuela.
Amante y protectora de su familia, siempre primero su familia por sobre todas las cosas.
De carácter fuerte, lo que la llevó a conseguir siempre sus objetivos y crear una hermosa familia, que la hacía sentirse tremendamente orgullosa.
Su partida repentina nos deja un enorme vacío y dolor. Su recuerdo va a ser imborrable y hoy ocupa un lugar especial y preferente en nuestros corazones.
Mi pequeñita es irreemplazable y fui muy afortunado de contar con su amor y su apoyo.
Tía Mirta, así la llamaba, vecina de toda la vida, que nos vió crecer tanto a mi, como a mi hermana y a todos los niños del pasaje. La noticia me impactó mucho, me provocó tristeza, fue un suspiro de pena que dejó en mi un silencio inexplicable, lamento mucho su perdida, pero siempre la voy a recordar por como era, correcta, amable, siempre me saludaba con una sonrisa, hasta recuerdo su tono de voz, cuesta creer que ya no esté, hasta el día de hoy cuando visito a mis papás veo su casa imaginando que va salir por la puerta pero….. Dios quizo otra cosa, y es díficil leer los relatos sin botar una lagrima, y por mucho que pase el tiempo, es algo que nunca se olvidará, el silencio continúa…no hay palabras de consuelo, ni remedio que aplaquen el dolor de esta familia, solo me queda desear de todo corazón mucha fuerza, un abrazo de contención a Nicolás , a Luchito, a sus hermanas, al tío Edgar y que Dios los acompañe en este difícil camino.
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Muchas gracias Carolina por tus lindas palabras, ella es mi madre, hermosa, valiosísima persona que jamás será olvidada…
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Me sumo a su dolor, tengo un familiar también que falleció en junio, injusto y desolador. Dios nos acompaña e ilumina aunque la rabia de la injusticia no deja un nudo en la garganta.
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Gracias…
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