Salud compatible con el cargo y transparencia

Por Matías Mori Arellano, abogado.

En la elección presidencial de Estados Unidos de 1972, el senador y candidato demócrata McGovern, reconoció haber estado internado voluntariamente en un centro médico para tratar una depresión con terapia de electroshocks. Si bien dicho tratamiento fue exitoso, tuvo devastadoras consecuencias políticas en sus aspiraciones. El partido demócrata lo sacó de competencia. Las encuestas señalaban que los electores no toleraban la idea que una persona con antecedentes de una enfermedad mental pudiera ocupar la Presidencia. Los encuestados no conocían la historia.

El listado de líderes enfermos no discrimina por época ni geografía: Oliver Cromwell, Ludovico II de Baviera, Washington, Sah de Irán, Pompidou, Churchill, Hitler, Stalin, Kennedy y Reagan, entre muchos otros; la lista es larga. La serie “The Crown” muestra el secretismo con que la Corona Inglesa ocultó condiciones genéticas y patologías de sus miembros. La monarquía, conlleva desafíos adicionales, atendido el escaso intercambio de material genético entre sus integrantes derivado de sus vínculos de consanguinidad.

La salud, física y mental, de los líderes y sus efectos en el liderazgo han sido objeto de estudio: Jerrold M. Post, psiquiatra norteamericano, desarrolló esta disciplina desde las ciencias políticas. Post decía que los lideres políticos desempeñan dos roles en la sociedad: el primero, un rol representativo, que encarna los ideales imperantes en una comunidad y de sus miembros; el segundo, un rol instrumental, promoviendo políticas públicas, seleccionando a sus ejecutores y evaluando sus resultados. La enfermedad interfiere en ambas funciones.

Si un líder enferma y queda inhabilitado, el potencial daño de sus actos disminuye. Sin embargo, es poco frecuente observar enfermedades inhabilitantes y los sistemas de control existentes son de baja efectividad. A veces, el propio tratamiento de una enfermedad puede constituir un impedimento para ejercer un cargo. Las enfermedades no detectadas son las más peligrosas. Existe una errada percepción que las personas que ejercen poder no enferman, y que ellos simplemente se “agotan”, tras un extenuante trabajo en beneficio de sus pueblos. La enfermedad del líder puede, además, producir efectos adversos en las instituciones derivado de liderazgos patológicos de personas enfermas: narcisos, obsesivos y paranoicos han sido objeto de estudio. La reciente y publicitada caída del gobernador Cuomo en Nueva York deja en evidencia los efectos y consecuencias de un liderazgo tóxico.

En Chile, no existe debate sobre el estado de salud de nuestros lideres. La salud de aquellos que ejercen poder público – electos o designados – pareciera ser un tema tabú. La OMS define salud como “Un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades.” Es una definición amplia no exenta de críticas. Sin embargo, enfermar es parte de la condición humana y se debe empatizar con aquellos que enferman. Pero, no es razonable pensar estadísticamente que la prevalencia de enfermedades en la población – incluidas sus adicciones – carezca de correlato en miembros de las instituciones que ejercen poder público, a saber, Ejecutivo, Legislativo y Judicial.

Hoy, gracias a la Ley N° 20.880 sobre probidad pública, conocemos las declaraciones de patrimonio e intereses de las autoridades para la prevención de conflictos de interés. Sin embargo, desconocemos todo antecedente sobre su estado de salud físico y mental: ¿Es privada esa información? Ello, cuando una enfermedad no solo afecta al paciente, sino que potencialmente a toda una nación.

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