Por Francisco Papas Fritas
“En la Canción de Rolando (Chanson de Roland), un poema épico que representa una de las primeras expresiones de la literatura de la lengua francesa, se empleaba la palabra rompre con el sentido de ‘romper’, ‘dividir’ un ejército o una fuerza enemiga. Este antiguo verbo francés dio lugar al sustantivo rote, que hacia el siglo XII denotaba una ‘cuadrilla’ o un ‘grupo de hombres, generalmente armados’. Del sustantivo rote se derivó otro verbo, desroter, que significaba ‘desbandar’, ‘dispersar’, a partir del cual, algunos siglos después, se formaría el sustantivo déroute ‘desbandada’. Al cruzar los Pirineos y llegar a la Península Ibérica a fines del siglo XVI, déroute se cruzó con la palabra castellana ‘rota’, la misma que usamos hoy como participio del verbo ‘romper’, pero que en aquella época se usaba también con el sentido de ‘revés militar’, y del encuentro de ‘rota’ con déroute, se formó el vocablo derrota.”
La fascinante historia de las palabras, Ricardo Soca.
La derrota de la izquierda del estallido social, no fenece en el acuerdo, sino en la aceptación y participación de un amplio mundo del estallido social, en disputar los espacios de poder de este acuerdo por vías electoralistas.
Si la izquierda se hubiera organizado para generar un camino como lo planteaba Clotario Blest, de formar y formar incansablemente organización y poder popular, tendríamos en este momento una importante presencia de organizaciones sociales recuperadas (hasta la CUT la perdimos gracias a la dictadura y a los 30 años pre-estallido social). La ganancia del estallido era el acercamiento colectivo y no el poder institucional desde la individualidad. Permitimos entonces no crear caminos de mayores solidificaciones colectivas, que sin lugar a duda significaban procesos largos, sin soluciones inmediatas, pero que en cambio, a dos años del estallido, fortalecían correctamente la desvinculación de la política institucional, siendo capaces de levantarse no solo como fiscalizador, sino que sobre todo, como voz valida de proposiciones y modificaciones, fuera quien fuera el que estuviera pretendiendo u ostentando el poder. Hoy, nos dicen las mismas vulgares y clasistas frases pre estallido contra el pueblo; vemos las mismas colusiones, corrupciones, impunidad e injustica; y estamos lejos, muy lejos de un rebrote de la energía de salir a la calle en masa, contagiando una rabia derrocadora de todas las nefastas estructuras.
En ese mismo paisaje hay necios, y claro que hay belleza en ellos, pero lamentablemente gran parte de los necios que luchan contra el sistema capitalista, lo son incluso con sus propias colectividades. Esto queda claro con el “sobrecandidaturismo” de personas que son parte de colectividades y organizaciones sociales, pero que abrazaron el hambre de poder. Tanto en el realismo capitalista, como en el realismo progresista, los rebeldes no se asumen capitalizados, ni derrotados, sino como mártires que deben representar en la teatralidad de los necios (sin errores a los que aferrarse), su papel de víctimas, que claman poder solo por el hecho de encarnar el dolor y la exaltación de la moral individual, en un espectáculo de martirio eclesiástico. Nada más capitalista que levantar a la individualidad como eje libertador, como Moisés abriendo mares en su ascetismo lleno de verdades puristas. Así que todo influencer, y todo quien capitalizó su imagen de “consciente social” durante el estallido, era una o un potencial candidato (y así terminó sucediendo) que se comprometería con la constante promesa del cambio, regalando santitos de si mismo con el programa “vota C-1001”.
Estirar el chicle de una falsa espiritualidad social del estallido, es no admitir la derrota; la derrota ya está echada a los chanchos de la política institucional. Las filas se rompieron, y la izquierda otra vez está dispersa como hormiguero sin reina. La única culpa la tiene su obstinada fe en resolver las problemáticas sociales queriendo acceder al poder; de aspirar a estar en el lugar de los burgueses, sin entender que el poder, es decir el poseer, ha sido el problema de toda sociedad. Nuestras demandas, implican la colectivización de la fuerza, y el compartirla desde diversas espacialidades, es la desarticulación del poder como posición y propiedad. Poder se compone etimológicamente de pote y ese, pote es posible, capaz; y essees ser, estar y existir. El pote, es la composición en el lenguaje de la dominación del ser, del estar y el existir; es la herramienta primaria de control del ser y el tiempo. ¿Cómo romper con el delirio de querer aspirar a tomar la posición burguesa? Son las sociedades las que deben distanciarse y liberarse de aquel deseo de posibilidad-pote, solo entenderse y construirse desde el esse como fundación y función de un todo colectivo.
El grito de no soltemos las calles suena como un eco vacío, mientras la derecha quema todos sus cartuchos para crear escenarios llenos de subjetividad y mantener el poder más allá de quien salga presidente o presidenta. Ya todo está tomado, todas las calles chorrean de individualidad exótica; los imaginarios subjetivos que fueron referentes del estallido, están ahora capturados por el capitalismo progresista: Las Tesis en Netflix, los Delight Lab volviendo a ser la empresa que siempre fueron, la Tía Pikachu en el ex congreso, el pelao Vade funado por su propia vara moral del víctima/héroe… Pareman probablemente ha tenido que volver al Sename, el sensual y estúpido Spiderman aparece en comerciales de banco… y si el negro mata pacos no estuviera muerto seria el nuevo perro de Lipigas y se habría cambiado al amarillo. El realismo progresista ha penetrado tan fuerte que nuestras posiciones políticas para la fuerza individual terminan siendo un merchandisign coleccionable de identificaciones de causas. Mientras, las calles seguirán sangrando, y necios bellos seguirán luchando; otros tantos alienados seguirán queriendo romperlo todo sin tener idea de porqué quieren hacerlo, y al final las madres le cargarán la Bip o machetearán, vendiendo un imaginario de que con ese acto son antisistema, nos calentamos con tusi porque somos de plástico, dormimos con clona, y nos achoramos con chicota mezclado con destilado. Somos de cartoncito, pero tetrapak, aspiracionales incluso en lo revolucionario y lo callampa.
La derrota son las filas rotas, donde hoy la primera línea son todos, porque hacia atrás no hay nadie más para ser segunda, tercera o cuarta línea. Lamentablemente las primeras líneas están con esas bellas personas necias que han luchado toda su vida para terminar agonizando “en el medio del paseo público… murió a contramano entorpeciendo el transito” y por toda su lucha… dios le pague, diría Chico Buarque.